domingo, 8 de mayo de 2011

Capítulo 3


12 de enero del 2011. 

La carretera pasa junto a las playas de Kyona y Kaloa, invisibles tras los altos muros de aquellas grandes casas de veraneo en el pueblo de Saint Marc.
En las localidades de la zona, los ojos quieren ver menos miseria de la que se puede apreciar en este momento en Puerto Príncipe y sus alrededores, pero ahora que lo pienso, quizás sea tan solo una pequeña ilusión para nuestra conciencia.

El pasado 19 de octubre, Saint Marc fue el epicentro de la epidemia de cólera; me duele decir esto, pero ya son 3000 fallecidos y 30.000 hospitalizados.

Tras haber entrevistado a la doctora Ximena Diloll -coordinadora del proyecto de Médicos sin Fronteras en España-, hemos podido conocer más datos sobre lo sucedido: “El 25% de los afectados son niños; debido a su estado, la rehidratación es el único modo de combatir el cólera. La situación podría ser peor, debido a que éste es un país donde el único caso de cólera registrado hasta ahora daba lugar 49 años atrás.
Por suerte, aún no ha habido una explosión de la epidemia en Puerto Príncipe, ya que en lugares donde el cólera está presente, la epidemia puede durar dos o tres meses.”

Parece mentira, ¿verdad? Cuando pensábamos que ya nada podía ir peor para este país y… de repente ocurre esto.
Todos estamos en estado de shock; los de Cruz Roja sabemos que podemos ayudar, pero nos perdemos entre las ruinas provocadas por el terremoto y entre la gran multitud de gente enferma.

La mayoría de los haitianos viven en distritos de miseria o en campamentos improvisados en medio de una carencia extrema a la que hacerle frente cada día.
Hasta en las calles más céntricas lo único que sigue en pie son ruinas y la población vive entre ellas. Calles donde la vida intenta avanzar dolorosamente para hombres, mujeres y niños, que apenas han conocido la infancia.
Estas personas vuelven a sentir miedo; los que tenían algo, -por pequeño e insignificante que fuese- ya no tienen nada; no tienen ganas de vivir, y será cruel lo que diré ahora, pero es cierto: es casi imposible sobrevivir en este estado de caos generalizado.
El nerviosismo se palpa en el aire. Miro atrás y veo a la gente empujándose, peleando por un sitio donde poder apoyar su alma decaída y débil, gritando de desesperación, rabia…
Por otra parte, observo detenidamente cada síntoma que padece la persona enferma: la ves deshidratada -debido a la rápida pérdida de agua y potasio-, pálida y fría, decaída, dolorida por el dolor abdominal que ello conlleva, y hasta aprecias casos extremos de personas que poco a poco pierden la memoria y no conocen nada de sí mismos.

Cuando ya no puedo más, y no hay nada ni nadie que logre sacarme una sonrisa de estos labios empobrecidos, decido alejarme por unas horas de la muchedumbre y desconectar de este mundo cruel…

Camino, y el paisaje sigue siendo el mismo: las calles descorazonadas se encuentran escondidas bajo los escombros y la gran mayoría de la multitud habita en casas construidas por algunos plásticos o cartones; más adelante, sigo viendo ruinas a mi alrededor, y, desgraciadamente, algún que otro cadáver que posiblemente murió de cólera. Es imposible saberlo al detalle, pero la escena… la escena es espeluznante.
Miro con nostalgia un cuerpo, evitando imaginar la terrible escena, pero no puedo, e imagino… cuando me doy cuenta, veo que yo misma he dibujado en mi mente a esa persona fallecida, y es entonces cuando entiendo que por muy grande que sea el mundo, éste es un pañuelo… y lloro, lloro desesperadamente, intentando pues encontrar un abrazo cálido que logre calmarme y decirme que no es cierto, y que tan solo es una amarga pesadilla.
Acto seguido decido agacharme, ya que encuentro una billetera a su lado, y veo una foto de sus compañeros, de mis compañeros… He aquí la dura realidad…
Pese a que me duela, alzo la mirada hacia el cielo, y le pido a Dios que me ayude a seguir hacia delante fuerte y decidida.
La amargura intenta invadir mi mente, pero Él me ha dado esa fuerza que he pedido, y le doy las gracias, pues logro evitar todo tipo de pensamientos irreales.
Le cierro los ojos al difunto con la intención de evitar que éste pueda volver a observar ni que sea inconscientemente, las terribles consecuencias que ha causado el terremoto de hace ya un año y la cólera del momento.
Levanto poco a poco mi cuerpo y me incorporo. Pienso en lo que podría haber hecho para remediarlo, pero estoy en blanco, mi mente no dibuja a color. Me retiro dejando atrás aquel que fue mi amigo, le lanzo un beso acompañado de lágrimas de impotencia, y decido emprender de nuevo mi camino; debo ayudar, y luchar para llevar hacia delante la solución para intentar evitar las centenares de muertes que puede causar esta epidemia.
“Sé que tan solo soy una periodista, con el afán de ayudar a los que lo necesitan, pero esa es la causa por la que decidí desde pequeña ser misionera de Cruz Roja; me hacía grande la idea de pensar que podía ayudar a los demás haciéndoles sentir bien. Y me decidí, como explicaba anteriormente, me puse a ello, y finalmente cuando estaba a punto de alcanzar la cumbre más alta en mi carrera… renuncié a ella, para ayudar a este país llamado Haití.”

Continúo, y mientras camino hacia delante veo una pequeña silueta.
Rápidamente se me oprime el corazón y no puedo evitar detenerme. Es él; es aquel niño de cinco añitos… 
Siento alegría por haberlo encontrado tras haber pasado un año, pero a su vez, siento tristeza por todo lo que le ha sucedido y por todo por lo que debe estar pasando.

Se para a lo lejos, me mira detenidamente y logra reconocerme. Corre hacia mí, gritando mi nombre con voz temblorosa debido a sus lágrimas: “Catherine, Catherine, te vin!” (Has vuelto, me dice.)
Intento expresarme como puedo en Francés: “Se vre, mwen tornen.” (Es cierto, he vuelto, le digo yo.)
Me abraza firmemente, alza la mirada y me sonríe mientras sus lágrimas recorren su inocente rostro.
Hablamos durante unas horas, y mientras veo cómo expresa sus sentimientos de añoranza por sus padres, me doy cuenta de que necesita una familia; le miro, sonrío, lloro, le cojo de la mano, y le invito a venir conmigo.

Me acerco a mis compañeros y les comento la situación de Avin; me apoyan y me animan a seguir hacia delante con él, ¿Por qué no? Adelante.
Tras tratar el tema durante unos minutos, aparecen algunos misioneros de Médicos sin Fronteras. Éstos vienen a avisarnos de las últimas noticias recibidas desde España:
“Las ayudas internacionales no han llegado, tras haber pasado este horrible año;” desconocemos el porqué, y llegamos a explotar. Se siente frustración en las venas, se siente con tan solo mirarnos. Nuestro trabajo es duro, y toda ayuda llega a ser poca.
Más de uno intenta rendirse y volver a su país, pero les detenemos y les proponemos ver una situación.
Sarah, una niña de 10 años, sale de su chabola cada mañana con una escoba en la mano. Nos acercamos a ella y le preguntamos cuál sería su mayor deseo en este momento, su respuesta es esta: “Desearía tener un trabajo, para ayudar a mi madre trayendo un poco de dinero a casa, para así poder alimentar a mis otros 4 hermanos.”
Es una respuesta dura, nos llega al alma… esta niña no conocerá y le costará vivir lo que es la infancia.
Al pueblo haitiano no le falta esperanza, pero sí fuerzas para seguir hacia delante.

Desafortunadamente poco ha cambiado. Llevamos un año yendo y viniendo de Haití junto con la fundación, y, esta ultima vez, es imposible olvidar lo que está pasando en esta pequeña parte del mundo.
Deseamos que esto cambie y puedan llegar a cumplirse muchas de las promesas realizadas por el gobierno, pero cuesta creerlo, pues lo evidente puede sentirse nada más verlo ni que sea por un pequeño instante…

3 comentarios:

  1. Realmente conmovedor, y tan sincero y real que me deja sin palabras. Me impresiona que en tan pocas lineas, hallas podido resumir tantas verdades y provocar tantos sentimientos.
    Espero que sean muchos los que tengan el mismo sueño que tú, la misma llamada a ayudar a los demás y que sigan tus pasos porque esos son los que cambiaran el mundo.
    Todo mi apoyo,

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  2. impresionante!!!! en unas cuantas lineas has sabido mostrar y resumir todas las verdades que están ocurriendo!! tienes todo mi apoyo!!!

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  3. Muchas gracias por darnos este toque profundo que nos ayuda a valorar el dolor, la solidaridad y la generosidad.
    Te adjunto el link del blog de mi amigo escritor José Ramon Ayllon, escritor que me parece oportuno para el tema que tratas.
    http://joserraayllon.blogspot.com:80/2010/01/ana-frank-en-haiti.html

    Un abrazo,
    Victoria

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