domingo, 8 de mayo de 2011

Capítulo 2


12 de enero del 2010.

Mi experiencia como emigrante de Haití (por decirlo así), ha sido increíblemente impactante.
Salí junto con la fundación de Cruz Roja, un miércoles de madrugada, y llegamos ese mismo día, hacia el anochecer. Todo fue muy rápido; el hecho de subirte a un avión, coger un autobús, dormitar durante unas horas las cuales se hacían minutos; fue subir y tocar tierra.
Muchos os preguntaréis: ¿Qué ha sido lo más impactante de tu travesía?
Sinceramente, muchísimas cosas, no hay tan solo una; un buen ejemplo sería el que piensa toda persona cuando visita un territorio tercermundista, “Somos pocos quienes valoramos y apreciamos todo lo que tenemos, finalmente, luego no queremos nada. No nos damos cuenta, pero cuando llegas a esta situación, cuando te encuentras en un país como este, ves que ellos darían todo por tener ni que tan solo fuese una miga de pan”; tal vez haya exagerado el ejemplo, pero ésta es una buena forma de mostrar a la sociedad de que mientras unos se mueren de hambre, otros tiran o se deshacen de dichos alimentos, sin pensar jamás en lo que puede estar pasando en la otra punta del continente, o, simplemente, en muchos otros rincones del mundo.

El tema es que cuando yo estuve ese período de tiempo en Haití, cuando la llamada de la solidaridad lanzó hacia mí un pequeño grito de esperanza, no dudé ni un instante en ponerme en marcha y empezar un nuevo proyecto, una nueva aportación, una nueva dedicación a los demás, una nueva ayuda…
Sinceramente, lo que realmente impacta, cuando vives una escena como esa, es que lo único que puedes llegar a escuchar en ese instante, en esos momentos de máximo terror, es la voz de la multitud, en forma de murmullo generalizado. No se entiende nada; tan solo se oye a la muchedumbre gritando de dolor, tristeza, desesperación…

Cuando puedes darte cuenta, ves que estás deambulando por esa pequeña ciudad con todas tus energías y fuerzas, las cuales empiezan a ser pocas después de haber sentido y vivido tal desconcertante escena.

Te detienes entre la multitud a observar lo que hay a tu alrededor: puedes ver casas derrumbadas, carreteras destrozadas, personas inquietas, las cuales tienen como única urgencia encontrar a su familia y desaparecer de esa gran tragedia; quieren bajar la mirada, pensar que duermen, y despertar sabiendo que todo eso es una pesadilla.
Lo intentan, lo piensan, lo desean, pero finalmente alzan la mirada, abren de nuevo sus ojos, y lo primero que ven son las ruinas de su ciudad, lo poco que les queda de su humilde hogar… ya no ven en color, mejor dicho, tienen una visión del mundo en blanco y negro, todo es negativo para ellos.
La capital está sumida en una penumbra. Lo que antes era una ciudad, ahora no es nada más que un campo de ruinas, quedando bajo ellas, lo maravillosa y sencilla que era ésta.
¡Los ciudadanos están desconcertados, aterrados, descontrolados, ya no pueden más! Visto desde una perspectiva elevada, aérea, se podría decir que parecen pequeñas hormigas huyendo de la lluvia. Simulan estar tranquilos, pero no, están aterrorizados y no entienden de palabras.
Los que hemos venido a ayudar vemos tantas cosas, todas diferentes pero relacionadas entre sí… nos sentimos impotentes al no poder hacer más para evitar tanto sufrimiento.

De repente, cuando vas sin rumbo fijo, en busca de la nada, llega un momento en el que no sabes lo que haces, ni a dónde vas; es entonces cuando fijas la mirada en un pequeño niño de unos cinco años. Éste se te acerca, eres un total desconocido para él, pero no le importa, ya que no le queda nada ni nadie más, así que te abraza angustiado, está temblando, tiene miedo… Levanta su inocente rostro, te mira con ojos tristes y pregunta con voz temerosa: “¿Dónde están papá y mamá?”
Cuando oyes esas palabras, llenas de desolación, miedo y empeño, ternura, inocencia, te quedas sin aliento, sin pensamientos, tan solo te queda el dolor en el corazón. Es entonces cuando piensas: ¿Cómo le voy a decir que lo más probable es que sus padres ya no estén a su lado nunca más? Es un pobre niño, el cual no tiene culpa de nada de lo que ha pasado.

Lo que más nos echa para atrás, es que no es el único niño que se habrá quedado huérfano sin familia alguna, sino que éstos son centenares, mejor dicho, miles.
Nos volvemos a cuestionar otra duda, ¿Por qué todo esto? Pero no hay respuesta a nuestra insignificante pregunta, no la hay.
Yo, cuando pude reaccionar de aquel golpe que me llegó al alma, decidí llevarme conmigo a aquel pobre niño huérfano. Le senté sobre una de las ruinas, le tranquilicé, le sequé las lágrimas, le curé las pequeñas heridas que se había hecho, y finalmente le pregunté por él, por su historia.

¿Sabéis qué es lo más triste de todo esto? Lo más triste es lo que les puede llegar a pasar a esas inocentes criaturas, ya que hay sueltas miles de mafias, las cuales se aprovecharán al máximo de la situación para sacar beneficios de su propio interés, traficando con los pequeños órganos o con las vidas de aquellos chiquillos que han salido más perjudicados.
Lo más horroroso de todo esto es el dolor que llegan a causar a los demás.
Es algo atroz y parece ser, que nunca lo llegaremos a entender, pero si nos damos cuenta, hoy en día hay de todo un poco, y no podemos soñar con un mundo perfecto, ya que no es la realidad.

2 comentarios:

  1. Cuanta verdad se esconde tras estas palabras.
    Poca gente se da cuenta, pero aun son menos los que saben darlo a entender a los demás.
    ¡Mis más sinceras felicitaciones

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  2. Es increible cómo consigues expresar todos estos sentimientos en unas cuantas palabras. Lo de los niños pequeños me ha conmovido!

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